Por Cristina La Torre
Tomado de El Espectador.com
Tan responsables de la agonía del Polo son los hermanos Moreno como las directivas de ese partido que fingieron no ver la transmutación del gobierno de Bogotá en cueva de ladrones.
Si hablaron, fue para acusar a los copartidarios denunciantes de complotar con la extrema derecha contra el partido. O para pedir la renuncia del alcalde a la hora de nona, cuando ya la suerte estaba echada. La crisis amenaza desbandada, pues precipita las divisiones que venían de atrás. No sirvió el látigo del politburó para mantener cohesionadas a organizaciones opuestas que quisieron hacer vida común. Diáspora que acaso su directora, Clara López, no logre detener porque declare que el Polo permanece unido; o que, ahora sí, se aplicarán controles. Ni la detendrá el tardío llamado de Carlos Gaviria a desarrollar “un debate interno fuerte y franco” y a demostrar que el partido “no tolera nada de corrupción” (El Tiempo V-7). Hilaridad provocaría su invocación, si no fuera por el trágico contraste que ofrece con la realidad: el Ejecutivo del Polo prefirió purgar antes que debatir, prefirió mimar a los corruptos antes que ponerlos en cintura. Y ahora la desintegración cobrará nuevo vigor.
Si hablaron, fue para acusar a los copartidarios denunciantes de complotar con la extrema derecha contra el partido. O para pedir la renuncia del alcalde a la hora de nona, cuando ya la suerte estaba echada. La crisis amenaza desbandada, pues precipita las divisiones que venían de atrás. No sirvió el látigo del politburó para mantener cohesionadas a organizaciones opuestas que quisieron hacer vida común. Diáspora que acaso su directora, Clara López, no logre detener porque declare que el Polo permanece unido; o que, ahora sí, se aplicarán controles. Ni la detendrá el tardío llamado de Carlos Gaviria a desarrollar “un debate interno fuerte y franco” y a demostrar que el partido “no tolera nada de corrupción” (El Tiempo V-7). Hilaridad provocaría su invocación, si no fuera por el trágico contraste que ofrece con la realidad: el Ejecutivo del Polo prefirió purgar antes que debatir, prefirió mimar a los corruptos antes que ponerlos en cintura. Y ahora la desintegración cobrará nuevo vigor.
Con los Moreno, la vieja Anapo termina de nuevo procesada. A Samuel se le acusa de omisión deliberada en la defraudación del Distrito, no apenas de pereza para revertirla. Inacción que le habría generado detrimento patrimonial a la ciudad. Su pasividad buscaría “asegurar intereses particulares de los contratistas incumplidos”. Por otra parte, Iván no se hubiera lucrado —como se le sindica— si el burgomaestre de la capital no hubiese sido su hermano. Viene a la memoria la saga de familia, conocida de autos por su desparpajo para confundir los bienes del Estado con los propios. En 1959, el Senado juzgó al general Rojas y le retiró sus derechos políticos por aprovecharse del cargo de presidente para enriquecerse. Lo declaró indigno por mala conducta. También se acusó a su yerno, Samuel Moreno (padre), de tráfico de influencias y contrabando de café. Hoy, el nieto Iván deja una estela de presuntas defraudaciones a su paso por la Alcaldía de Bucaramanga. Y tiene que probar que no incursionó con delincuentes en la contratación en Bogotá.
Gustavo Petro, dirigente reinsertado del M-19 que naciera con la Anapo Socialista, abandonó un matrimonio que nunca pudo ser. Entre el “socialismo a la colombiana” y el rancio conservadurismo del general no podía haber sino incompatibilidad. Ya Lucho Garzón, alcalde estrella de Bogotá, había tenido que emigrar también: quedaron los sindicatos en manos del impresentable Dussán. El MOIR y el Partido Comunista se quedarán con la cola del león, orgullosos de la virginidad de sus ideas, no obstante haber rodeado con devoción al alcalde inepto y a su hermano tras las rejas. Robledo se justificó diciendo que esperaría el fallo de los jueces. Como si sus rutilantes batallas parlamentarias no hubieran sido políticas, a distancia de los jueces. Y Carlos Gaviria, todo honradez, líder que por una vez irrepetible le dio a la izquierda 2,6 millones de votos, pecó por omisión, también a la espera del fallo de los jueces. Cuadro ingrato de una coalición imposible que acaba de sacrificar a su última figura de prestigio, Carlos Vicente de Roux: le cobraron la osadía de denunciar el carrusel de la contratación.
Por condescender con la inmoralidad, la dirección del Polo contribuyó a feriar la única fuerza de izquierda legal que florecía como opción de poder en el país. En maroma singular, desde la rudeza de un credo labrado en piedra, alcahueteó la frivolidad devastadora del alcalde y anatematizó a quienes desde su seno denunciaron a los ladrones que medraban en al alar del Palacio Liévano. Ya no cabe duda. Entre los muchos que quieren enterrar al Polo –como lo teme Gaviria— figura la propia dirección de ese partido.
Tomado de El Espectador.com
Tan responsables de la agonía del Polo son los hermanos Moreno como las directivas de ese partido que fingieron no ver la transmutación del gobierno de Bogotá en cueva de ladrones.
Si hablaron, fue para acusar a los copartidarios denunciantes de complotar con la extrema derecha contra el partido. O para pedir la renuncia del alcalde a la hora de nona, cuando ya la suerte estaba echada. La crisis amenaza desbandada, pues precipita las divisiones que venían de atrás. No sirvió el látigo del politburó para mantener cohesionadas a organizaciones opuestas que quisieron hacer vida común. Diáspora que acaso su directora, Clara López, no logre detener porque declare que el Polo permanece unido; o que, ahora sí, se aplicarán controles. Ni la detendrá el tardío llamado de Carlos Gaviria a desarrollar “un debate interno fuerte y franco” y a demostrar que el partido “no tolera nada de corrupción” (El Tiempo V-7). Hilaridad provocaría su invocación, si no fuera por el trágico contraste que ofrece con la realidad: el Ejecutivo del Polo prefirió purgar antes que debatir, prefirió mimar a los corruptos antes que ponerlos en cintura. Y ahora la desintegración cobrará nuevo vigor.
Si hablaron, fue para acusar a los copartidarios denunciantes de complotar con la extrema derecha contra el partido. O para pedir la renuncia del alcalde a la hora de nona, cuando ya la suerte estaba echada. La crisis amenaza desbandada, pues precipita las divisiones que venían de atrás. No sirvió el látigo del politburó para mantener cohesionadas a organizaciones opuestas que quisieron hacer vida común. Diáspora que acaso su directora, Clara López, no logre detener porque declare que el Polo permanece unido; o que, ahora sí, se aplicarán controles. Ni la detendrá el tardío llamado de Carlos Gaviria a desarrollar “un debate interno fuerte y franco” y a demostrar que el partido “no tolera nada de corrupción” (El Tiempo V-7). Hilaridad provocaría su invocación, si no fuera por el trágico contraste que ofrece con la realidad: el Ejecutivo del Polo prefirió purgar antes que debatir, prefirió mimar a los corruptos antes que ponerlos en cintura. Y ahora la desintegración cobrará nuevo vigor.
Con los Moreno, la vieja Anapo termina de nuevo procesada. A Samuel se le acusa de omisión deliberada en la defraudación del Distrito, no apenas de pereza para revertirla. Inacción que le habría generado detrimento patrimonial a la ciudad. Su pasividad buscaría “asegurar intereses particulares de los contratistas incumplidos”. Por otra parte, Iván no se hubiera lucrado —como se le sindica— si el burgomaestre de la capital no hubiese sido su hermano. Viene a la memoria la saga de familia, conocida de autos por su desparpajo para confundir los bienes del Estado con los propios. En 1959, el Senado juzgó al general Rojas y le retiró sus derechos políticos por aprovecharse del cargo de presidente para enriquecerse. Lo declaró indigno por mala conducta. También se acusó a su yerno, Samuel Moreno (padre), de tráfico de influencias y contrabando de café. Hoy, el nieto Iván deja una estela de presuntas defraudaciones a su paso por la Alcaldía de Bucaramanga. Y tiene que probar que no incursionó con delincuentes en la contratación en Bogotá.
Gustavo Petro, dirigente reinsertado del M-19 que naciera con la Anapo Socialista, abandonó un matrimonio que nunca pudo ser. Entre el “socialismo a la colombiana” y el rancio conservadurismo del general no podía haber sino incompatibilidad. Ya Lucho Garzón, alcalde estrella de Bogotá, había tenido que emigrar también: quedaron los sindicatos en manos del impresentable Dussán. El MOIR y el Partido Comunista se quedarán con la cola del león, orgullosos de la virginidad de sus ideas, no obstante haber rodeado con devoción al alcalde inepto y a su hermano tras las rejas. Robledo se justificó diciendo que esperaría el fallo de los jueces. Como si sus rutilantes batallas parlamentarias no hubieran sido políticas, a distancia de los jueces. Y Carlos Gaviria, todo honradez, líder que por una vez irrepetible le dio a la izquierda 2,6 millones de votos, pecó por omisión, también a la espera del fallo de los jueces. Cuadro ingrato de una coalición imposible que acaba de sacrificar a su última figura de prestigio, Carlos Vicente de Roux: le cobraron la osadía de denunciar el carrusel de la contratación.
Por condescender con la inmoralidad, la dirección del Polo contribuyó a feriar la única fuerza de izquierda legal que florecía como opción de poder en el país. En maroma singular, desde la rudeza de un credo labrado en piedra, alcahueteó la frivolidad devastadora del alcalde y anatematizó a quienes desde su seno denunciaron a los ladrones que medraban en al alar del Palacio Liévano. Ya no cabe duda. Entre los muchos que quieren enterrar al Polo –como lo teme Gaviria— figura la propia dirección de ese partido.
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