Editorial del País de España
Las movilizaciones que tienen programadas en este inicio de curso asociaciones de padres de alumnos, sindicatos de enseñanza y profesores de instituto en general no tienen por objeto tanto defender reivindicaciones propias de carácter laboral o corporativo como a la enseñanza misma. Los abultados recortes presupuestarios anunciados suponen una seria amenaza a la calidad del sistema educativo, más allá de los agravios de los que puedan sentirse objeto los enseñantes. Las primeras comunidades autónomas que han hecho públicos esos recortes han sido Madrid, Galicia, Castilla-La Mancha y Navarra, y se calcula que en el conjunto de España rondarán los 2.000 millones de euros. Una cantidad que se añade a los recortes ya habidos el curso pasado en sueldos, becas, formación del profesorado y actividades extraescolares.
Nuestros políticos, de uno y otro signo, siempre hablan de la educación como de una inversión a medio y largo plazo de la que depende nada menos que el futuro del país. Pero en sus políticas educativas no pasan de considerarla un gasto más, importante sin duda, pero sometido como el resto a los condicionantes de la coyuntura económica. Los recortes anunciados en las comunidades de Madrid, Galicia, Castilla-La Mancha y Navarra no solo llevarán a la disminución de plantillas y al aumento de las horas lectivas del profesorado, sino a la supresión de actividades esenciales para la calidad de la enseñanza como horas de tutoría y de programación de clases.
Que la batalla por la educación no es cosa solo de enseñantes sino de las familias y de la sociedad entera se desprende del hecho de que el fracaso escolar alcance el 30%, y que siga en aumento. Y ese fracaso escolar no se va a eliminar reduciendo los recursos en educación pública, suprimiendo centros de formación docente, horas de tutorías y tiempo de atención a los alumnos necesitados de apoyo. El fracaso escolar habrá aumentado un poco más el año próximo, y los gobernantes que lo han propiciado con los recortes en educación se sentirán no obstante satisfechos por haber alcanzado sus objetivos presupuestarios.
Lo que les resultará cada vez más difícil a estos gobernantes es hablar de la educación, sin pasar vergüenza, como del principal instrumento para el progreso del país mientras sus políticas educativas ponen ruedas a su avance científico y social.
Las movilizaciones que tienen programadas en este inicio de curso asociaciones de padres de alumnos, sindicatos de enseñanza y profesores de instituto en general no tienen por objeto tanto defender reivindicaciones propias de carácter laboral o corporativo como a la enseñanza misma. Los abultados recortes presupuestarios anunciados suponen una seria amenaza a la calidad del sistema educativo, más allá de los agravios de los que puedan sentirse objeto los enseñantes. Las primeras comunidades autónomas que han hecho públicos esos recortes han sido Madrid, Galicia, Castilla-La Mancha y Navarra, y se calcula que en el conjunto de España rondarán los 2.000 millones de euros. Una cantidad que se añade a los recortes ya habidos el curso pasado en sueldos, becas, formación del profesorado y actividades extraescolares.
Nuestros políticos, de uno y otro signo, siempre hablan de la educación como de una inversión a medio y largo plazo de la que depende nada menos que el futuro del país. Pero en sus políticas educativas no pasan de considerarla un gasto más, importante sin duda, pero sometido como el resto a los condicionantes de la coyuntura económica. Los recortes anunciados en las comunidades de Madrid, Galicia, Castilla-La Mancha y Navarra no solo llevarán a la disminución de plantillas y al aumento de las horas lectivas del profesorado, sino a la supresión de actividades esenciales para la calidad de la enseñanza como horas de tutoría y de programación de clases.
Que la batalla por la educación no es cosa solo de enseñantes sino de las familias y de la sociedad entera se desprende del hecho de que el fracaso escolar alcance el 30%, y que siga en aumento. Y ese fracaso escolar no se va a eliminar reduciendo los recursos en educación pública, suprimiendo centros de formación docente, horas de tutorías y tiempo de atención a los alumnos necesitados de apoyo. El fracaso escolar habrá aumentado un poco más el año próximo, y los gobernantes que lo han propiciado con los recortes en educación se sentirán no obstante satisfechos por haber alcanzado sus objetivos presupuestarios.
Lo que les resultará cada vez más difícil a estos gobernantes es hablar de la educación, sin pasar vergüenza, como del principal instrumento para el progreso del país mientras sus políticas educativas ponen ruedas a su avance científico y social.
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