Por Germán Patiño
Tiene razón la analista de campaña que dijo al aire que el profesor Mockus debiera escribir un libro “sobre cómo dilapidar una presidencia en sólo quince días”.
La señora lo dijo herida, pues hasta entonces había sido una leal partidaria de Mockus. Ella sintió, como muchos más, que todos los esfuerzos hechos por miles de personas para abrirle campo al excéntrico profesor habían sido dilapidados por el propio beneficiario de ellos.
Hay mucho de razonable en esta opinión, que Luis Guillermo Restrepo resumió diciendo que Mockus es el peor enemigo de él mismo. La verdad es que el profesor creyó que ya había ganado con una estrategia que consistía en responder a todo interrogante con una declaración de principios. Lo que le funcionó bien durante algún tiempo y le dio el marco general de su mensaje, limpio, transparente y honesto. Con eso ganó millones de adeptos.
Pero llega un momento, en toda campaña, en que las declaraciones de principios no bastan, pues el elector comienza a pedir respuestas concretas para problemas concretos. Ahí fue la debacle, pues los verdes, que no se habían preparado para acceder a la Presidencia, no tenían ningún programa de gobierno debidamente pensado y estudiado. Mockus hizo lo único que podía hacer: seguir con sus declaraciones de principio, que ya comenzaban a sonar vagas y a falta de preparación para asumir el Gobierno.
Pero Mockus y los verdes se sentían ungidos –y lo estaban, por las encuestas-, por lo que no se preocuparon de hacer la primera tarea de la política: sumar fuerzas. En vez de atraer para su cauda al Polo Democrático y al Partido Liberal, se dedicaron más bien a acentuar las diferencias con estos movimientos, en especial con los partidarios de Petro. Pocas veces se ha visto una actuación tan torpe, verdes, PD y liberales, que hubieran podido dar un golpe mayúsculo en la primera vuelta electoral, cuando la coalición uribista se encontraba dividida, se dedicaron a marcar diferencias entre ellos, perdiendo así toda opción de poder.
Claro que el Polo también hizo lo suyo. Olvidando la idea inicial de conformar la más amplia coalición antiuribista, se empeñó en ir "hasta el final" con Petro en la primera vuelta, con plena conciencia de que no tenían posibilidad alguna de pasar a la segunda. Más interesados en sus propios planteamientos que en la sensibilidad de la opinión pública, los personajes más sectarios del Polo -léase Robledo- se dedicaron a acentuar las críticas a los planteamientos de Mockus, llegando al exabrupto de considerar la ética un asunto "formal", antes que a buscar caminos de entendimiento que permitieran detener al principal candidato uribista.
Están peor ahora, cuando los verdes, con un triunfalismo que no les queda bien, rechazan un acuerdo con el Polo, por supuestas diferencias en materia de relaciones internacionales, cuando todo el mundo sabe que se debe a los prejuicios antiizquierdistas de Enrique Peñalosa, a quien sólo le gusta lo que sea de estrato 6.
Así las cosas, la suerte está echada y Mockus ha quedado pendiente de un milagro. Desde luego, todo el que depende de un milagro está irremediablemente perdido.
Pero aquí la historia dirá que la derrota fue causada por el propio perdedor, porque no supo, no pudo o no quiso hacer lo que estaba a su alcance para ganar, sin traicionar principio alguno.
Tiene razón la analista de campaña que dijo al aire que el profesor Mockus debiera escribir un libro “sobre cómo dilapidar una presidencia en sólo quince días”.
La señora lo dijo herida, pues hasta entonces había sido una leal partidaria de Mockus. Ella sintió, como muchos más, que todos los esfuerzos hechos por miles de personas para abrirle campo al excéntrico profesor habían sido dilapidados por el propio beneficiario de ellos.
Hay mucho de razonable en esta opinión, que Luis Guillermo Restrepo resumió diciendo que Mockus es el peor enemigo de él mismo. La verdad es que el profesor creyó que ya había ganado con una estrategia que consistía en responder a todo interrogante con una declaración de principios. Lo que le funcionó bien durante algún tiempo y le dio el marco general de su mensaje, limpio, transparente y honesto. Con eso ganó millones de adeptos.
Pero llega un momento, en toda campaña, en que las declaraciones de principios no bastan, pues el elector comienza a pedir respuestas concretas para problemas concretos. Ahí fue la debacle, pues los verdes, que no se habían preparado para acceder a la Presidencia, no tenían ningún programa de gobierno debidamente pensado y estudiado. Mockus hizo lo único que podía hacer: seguir con sus declaraciones de principio, que ya comenzaban a sonar vagas y a falta de preparación para asumir el Gobierno.
Pero Mockus y los verdes se sentían ungidos –y lo estaban, por las encuestas-, por lo que no se preocuparon de hacer la primera tarea de la política: sumar fuerzas. En vez de atraer para su cauda al Polo Democrático y al Partido Liberal, se dedicaron más bien a acentuar las diferencias con estos movimientos, en especial con los partidarios de Petro. Pocas veces se ha visto una actuación tan torpe, verdes, PD y liberales, que hubieran podido dar un golpe mayúsculo en la primera vuelta electoral, cuando la coalición uribista se encontraba dividida, se dedicaron a marcar diferencias entre ellos, perdiendo así toda opción de poder.
Claro que el Polo también hizo lo suyo. Olvidando la idea inicial de conformar la más amplia coalición antiuribista, se empeñó en ir "hasta el final" con Petro en la primera vuelta, con plena conciencia de que no tenían posibilidad alguna de pasar a la segunda. Más interesados en sus propios planteamientos que en la sensibilidad de la opinión pública, los personajes más sectarios del Polo -léase Robledo- se dedicaron a acentuar las críticas a los planteamientos de Mockus, llegando al exabrupto de considerar la ética un asunto "formal", antes que a buscar caminos de entendimiento que permitieran detener al principal candidato uribista.
Están peor ahora, cuando los verdes, con un triunfalismo que no les queda bien, rechazan un acuerdo con el Polo, por supuestas diferencias en materia de relaciones internacionales, cuando todo el mundo sabe que se debe a los prejuicios antiizquierdistas de Enrique Peñalosa, a quien sólo le gusta lo que sea de estrato 6.
Así las cosas, la suerte está echada y Mockus ha quedado pendiente de un milagro. Desde luego, todo el que depende de un milagro está irremediablemente perdido.
Pero aquí la historia dirá que la derrota fue causada por el propio perdedor, porque no supo, no pudo o no quiso hacer lo que estaba a su alcance para ganar, sin traicionar principio alguno.
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