3 de junio de 2010

Las confesiones de los García

Su tío bisabuelo, el general Laureano García, fue senador y participó en la Guerra de los Mil Días en las filas del ejército conservador, aunque corre la versión familiar de que su acción más destacada fue haberse quedado dormido en vísperas de la batalla de Palonegro; su abuelo, Julio César, fue historiador, rector de la Universidad de Antioquia, fundador de la Universidad La Gran Colombia en Bogotá y director de El Colombiano; sus padres, Carmenza Fernández y Antonio García, abogados, vinculados al mundo académico, de raíces godas él, y liberales ella. La cuarta generación de la estirpe García, Juan Rodrigo y Carlos Mauricio, quedó atrapada en la espiral de violencia del paramilitarismo.

Hermanos inseparables, confidentes y depositarios de los secretos mejor guardados de los azarosos pasos de las autodefensas, recorrieron vidas paralelas en la barbarie desatada por los ejércitos privados que se reciclaron desde la década del 80. Juan Rodrigo, como asesor de Carlos Castaño Gil, en las postrimerías de su comandancia, y de Freddy Rendón Herrera, alias El Alemán, durante el proceso de desmovilización del bloque Élmer Cárdenas. Carlos Mauricio hacía rato que exhibía un alias, Rodrigo Doble Cero, él sí en armas, ex secretario personal de Fidel Castaño, ex miembro de Los Pepes, epiléptico y ex militar.

Sus versiones, consignadas en un expediente conocido por El Espectador y en un libro reciente publicado por Aldo Cívico, cobran relevancia porque retratan la tenebrosa vorágine de las mafias que infiltraron el Estado, desangraron a destiempos media Colombia, corrompieron todo cuanto tocaron sus brazos asesinos bajo la consigna antisubversiva e implantaron regímenes siniestros que gravitaron alrededor del narcotráfico. Carlos Mauricio o Doble Cero sobrevivió en los avatares de la ilegalidad desde 1989 hasta mayo de 2004. Cinco balazos en su cabeza segaron su vida, no así sus memorias que entregó personalmente y vía correo electrónico a Aldo Cívico y que quedaron consignadas en el libro Las guerras de ‘Doble Cero’.

Su hermano, Juan Rodrigo, filósofo de la Universidad de Antioquia y doctor en filosofía política de la Universidad de Barcelona, logró capotear la orden de Diego Fernando Murillo, alias Don Berna, de asesinarlo a como diera lugar, como lo hizo con Doble Cero. Su nombre y sus delaciones son parte de la columna vertebral del proceso seguido por la Fiscalía en contra de José Miguel Narváez, el cuestionado ex subdirector del DAS, señalado cerebro del escalofriante episodio de las ‘chuzadas’ y, según ex jefes paramilitares, ideólogo de la casa Castaño. Juan Rodrigo contó que conoció a Carlos Castaño a mediados de 1999, en la finca La 21, en San Pedro de Urabá, pero que sólo hasta 2002 lo asesoró en temas de Derecho Humanitario.

Según relató, en 1998 conoció en Bogotá a José Miguel Narváez, quien le fue presentado por el general (r) Rito Alejo del Río —también detenido— en la Brigada XIII. En ese entonces, Juan Rodrigo García coordinaba un seminario de democracia y paz en la Universidad de Antioquia y Narváez le dijo que a través de una fundación que él dirigía y que pertenecía a la Brigada XX de inteligencia del Ejército, RMB, estaba apoyando dicho encuentro. El seminario era dirigido por Alfonso Monsalve Solórzano, profesor de filosofía de la Universidad de Antioquia. De acuerdo con García, en el primer semestre de 1999 volvió a encontrarse a Narváez en una conferencia para empresarios en Medellín a la que asistió Carlos Diez, presidente de las Convivir en Antioquia.

García manifestó que supo que Narváez le giró al profesor Monsalve, a través de la fundación que lideraba, US$2.000 mensuales durante su estadía en España. Desde entonces, el hermano de Doble Cero sospechaba que actividades académicas de la Universidad de Antioquia “podían ser parte de actividades de inteligencia del Ejército”. En dicho encuentro, Narváez le habría dicho que le interesaba mantener una relación con él pues sabía que su hermano era Doble Cero y que, si quería, “podría ayudarme preparándome, como lo había hecho con líderes de las Auc de Puerto Boyacá”. La tercera referencia que hizo de Narváez fue más específica, al mencionar que lo vio en la finca de Carlos Castaño dos días después del asesinato de Jaime Garzón, en agosto de 1999.

Narváez lo saludó muy cortésmente, narró. Castaño le preguntó a García qué pensaba del homicidio. Fue una estupidez, le contestó. “Inmediatamente Castaño miró al doctor Narváez, quien argumentó que Garzón era un guerrillero, que se beneficiaba de los secuestros que mediaba y que se había robado $600 millones simulando un accidente de tránsito”. Enseguida, prosiguió, desayunaron y al poco tiempo Narváez, y al parecer varios miembros de inteligencia del Ejército que lo acompañaban, se retiraron. No sin antes, supuestamente, analizar una lista de personas a asesinar en caso de que la guerrilla reaccionara. Uno de los nombres ventilados habría sido el de María Teresa Uribe, profesora de la U. de Antioquia

En su largo testimonio entregado a la justicia, Juan Rodrigo García añadió que protestó por la lista negra y que por ello nunca más fue invitado a las reuniones de Castaño con Narváez. En una ocasión, el comandante de las autodefensas lo visitó en su finca para contarle que presuntamente Narváez venía de parte del Alto Gobierno para concretar aspectos de un proceso de paz. Fue en el año 2002. Según dijo García, le manifestó a Castaño que las autodefensas nunca iban a ser reconocidas como grupo político y que debían buscar una norma que permitiera la desmovilización de sus miembros sin darles estatus político a los paramilitares. Por terceras personas, se enteró de que Carlos Castaño le habría pedido a las autoridades la cacería del narcotraficante Gabriel Puerta, que asesoraba a las autodefensas en Puerto Boyacá.

También contó que cuando Castaño escribió el libro Mi confesión, le envió varios capítulos por internet para que se los comentara, que a comienzos de 2004, en su última charla, le pidió que nunca le mentara a Narváez, pues “era lo peor de la caverna”, en referencia a que era de extrema derecha con un discurso sobre un supuesto complot internacional de comunistas y masones para destruir la democracia. Detalló que intervino en varias ocasiones para que Castaño no asesinara a estudiantes de la U. de Antioquia; que su hermano Doble Cero le contó que Narváez tenía mucha influencia en el Ejército “pues nadie que no pasase por su filtro en la Escuela Superior de Guerra podía llegar a ser general”; y que se negó a ser vocero de las Auc en el proceso de paz.

Y soltó esta perla: que Carlos Castaño se enfureció con los sicarios de la banda La Terraza de Don Berna, que ejecutaron el crimen de Garzón, pues había dado la orden de desaparecer el arma, un revólver calibre 38, pero el encargado de esta tarea la empeñó a cambio de dinero. También ahondó en la estrategia ‘para’ de desplazar comunidades raizales en el Urabá chocoano para que empresarios desarrollaran proyectos de palma africana y cómo su hermano, Doble Cero, ingresó 200 hombres de las autodefensas, transportados en helicópteros oficiales, para que desarrollaran la ‘Operación Génesis’ en 1997. Por esta acción está enjuiciado el general (r) Rito Alejo del Río.

En sus confesiones, conocidas por El Espectador, relató que en una ocasión Castaño le dijo que empresarios del Valle llegaron a su campamento para solicitarle la creación de un grupo en el sector de Florida y Pradera, en el año 2000. “Carlos me dijo preocupado que un patriarca de los empresarios le había respondido ante la propuesta que si ellos no tenían un narquito que financiara eso”. Tras desempeñarse como consultor de una organización con sede en Ginebra (Suiza), Juan Rodrigo García se embarcó en la empresa de asesorar al bloque Élmer Cárdenas. Entonces su hermano ya había montado rancho aparte con el bloque Metro y Don Berna pagaba $5.000 millones por su cabeza. Doble Cero repudiaba que un ‘narco’ purasangre como Don Berna fuera inspector de los ‘paras’.

Tomado de El Espectador 17 de abril de 2010

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