¿Se han fijado que los políticos revolotean de un “coco” a otro, en un proceso de demonización para esquivar los verdaderos problemas?
Según varios nuevos gobernadores en Estados Unidos los (y las) nuevos cocos son las maestras y los maestros, descritos como avaros, egoístas y sobrepagados.
Seamos honestos. ¿Quién responder mejor a este perfil? ¿Los maestros o los políticos?
Pero los políticos controlan el tesoro público y los micrófonos del poder. Por eso están en una buena posición para convertir en chivos expiatorios a las personas que en muchos casos son los empleados públicos más trabajadores, menos agradecidos, menos respetados y peor pagados de todos: los maestros, las maestras.
Cada año escolar, decenas de miles de maestras y maestros sacan de su propio bolsillo el dinero para comprar lápices, plumones, papel y, en algunos casos, libros para los hijos e hijas de otras personas. Cada año, un gobierno local o una mesa directiva escolar hace un recorte de personal, divide el presupuesto, o cancela un contrato para construir una escuela, porque sabe que los maestros --siendo maestros-- se van a arreglar con lo que hay. Lo aceptan porque a muchos les encanta enseñar a los niños y niñas y ven su trabajo más como una misión que un empleo.
En el fondo, esto se trata de la política, y no de la economía. Se trata de aplastar a los sindicatos de maestros con tendencias democráticas que donan millones de dólares a los candidatos demócratas. Se trata de debilitar y destruir la educación pública para promover el negocio de la educación privada.
Como suele ocurrir con las ideas políticas, lo barato es caro. Porque descarta el papel central de la sociedad desde los tiempos antiguos: enseñar a la juventud cómo sobrevivir en el mundo por venir.
La educación pública es un fracaso hoy, no por pagar demasiado al magisterio o dedicar demasiados fondos públicos a las instituciones educativas, sino porque gastar poco en la educación.
Esto es especialmente cierto donde la necesidad es más grande, en el centro de las ciudades de Estados Unidos, donde la recaudación proviene de los impuestos a la propiedad privada cuando muchos de los padres residen en vivienda de alquiler.
La implementación del modelo educativo empresarial significa que las personas capaces de pagar el lujo de la educación ––y sólo ellas–– podrán comprarla.
Esto también significa un incremento en el desmoronamiento y la erosión del imperio.
Según varios nuevos gobernadores en Estados Unidos los (y las) nuevos cocos son las maestras y los maestros, descritos como avaros, egoístas y sobrepagados.
Seamos honestos. ¿Quién responder mejor a este perfil? ¿Los maestros o los políticos?
Pero los políticos controlan el tesoro público y los micrófonos del poder. Por eso están en una buena posición para convertir en chivos expiatorios a las personas que en muchos casos son los empleados públicos más trabajadores, menos agradecidos, menos respetados y peor pagados de todos: los maestros, las maestras.
Cada año escolar, decenas de miles de maestras y maestros sacan de su propio bolsillo el dinero para comprar lápices, plumones, papel y, en algunos casos, libros para los hijos e hijas de otras personas. Cada año, un gobierno local o una mesa directiva escolar hace un recorte de personal, divide el presupuesto, o cancela un contrato para construir una escuela, porque sabe que los maestros --siendo maestros-- se van a arreglar con lo que hay. Lo aceptan porque a muchos les encanta enseñar a los niños y niñas y ven su trabajo más como una misión que un empleo.
En el fondo, esto se trata de la política, y no de la economía. Se trata de aplastar a los sindicatos de maestros con tendencias democráticas que donan millones de dólares a los candidatos demócratas. Se trata de debilitar y destruir la educación pública para promover el negocio de la educación privada.
Como suele ocurrir con las ideas políticas, lo barato es caro. Porque descarta el papel central de la sociedad desde los tiempos antiguos: enseñar a la juventud cómo sobrevivir en el mundo por venir.
La educación pública es un fracaso hoy, no por pagar demasiado al magisterio o dedicar demasiados fondos públicos a las instituciones educativas, sino porque gastar poco en la educación.
Esto es especialmente cierto donde la necesidad es más grande, en el centro de las ciudades de Estados Unidos, donde la recaudación proviene de los impuestos a la propiedad privada cuando muchos de los padres residen en vivienda de alquiler.
La implementación del modelo educativo empresarial significa que las personas capaces de pagar el lujo de la educación ––y sólo ellas–– podrán comprarla.
Esto también significa un incremento en el desmoronamiento y la erosión del imperio.
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