De niña, Annie Jump Cannon (1863-1941) contemplaba las estrellas desde el ático de la casa de su familia e iba escribiendo sus observaciones a la luz de una vela. Antes de graduarse en el Wellesley College, estudió astronomía. Después de la licenciatura regresó a su Delaware natal, donde libró un combate con la escarlatina que le dañó seriamente el oído.
En 1892, a los veintinueve años, presenció un eclipse solar en España y poco después regresó a Wellesley como ayudante de su antigua profesora, Sarah Frances Whiting. Después se apuntó al curso de astronomía de Radcliffe y en 1896 era miembro fijo del Observatorio de Harvard.
Clasificó las estrellas según su espectro. Al principio a duras penas despachaba 5.000 estrellas al mes; más adelante fue capaz de clasificar 300 en una hora sin apenas errores y llamó la atención por su notable memoria. Al final, escribió nueve volúmenes de El catálogo de Henry Draper y clasificó cerca de 250.000 estrellas: «mucho material —escribió ella—, para estudiar la arquitectura de las mansiones celestes y el fluir de las tribus celestiales».
Su trabajo fue tan extraordinario que en 1911 E. C. Pickering, que lo apreciaba, propuso a Abbott Lawrence Lowell, el presidente de la Universidad de Harvard, que apareciera el nombre de Cannon en el catálogo de la universidad y que ella recibiera un nombramiento oficial. Lowell, entre cuya prole se cuenta la poetisa A.my Lowell y el entusiasta de la vida en Marte, Percival Lowell, consideró que era «bastante mejor que el nombre de miss Cannon no apareciera en el catálogo». Se autorizó a Pickering para que ofreciese a Cannon un puesto menos prestigioso en el observatorio. Fue designada conservadora de fotografías astronómicas, con un salario de 1.200 dólares al año.
Entre 1918 y 1924 se publicó, en varios volúmenes, El catálogo de Henry Draper, «un perdurable monumento» según la astrónoma Cecilia Payne-Gaposehkin. Pickering murió en 1919, pero Cannon siguió con el proyecto. Se la reconoció como el especialista mundial más sobresaliente en la clasificación de estrellas y en 1925 la Universidad de Oxford le concedió un doctorado honorario; fue la primera mujer que recibió tal honor. Harvard hizo constar su nombre en el catálogo universitario, pero no le concedió un nombramiento oficial.
Ella nunca dejó de trabajar. Harlow Shapley escribió: «La señorita Cannon tenía la desventaja —o ventaja— de haber padecido alguna clase de infección cuando era universitaria, como consecuencia de la cual había prácticamente perdido el oído. Este hándicap la apartó de la vida social y la concentró en la ciencia».
Cecilia Payne-Gaposchkin —la primera mujer que fue profesor titular en Harvard, honor que mereció en 1956— recordaba de otro modo a Cannon. «Cuando pienso en ella como persona me faltan palabras para transmitir su vitalidad y encanto. Había perdido el oído de joven pero en absoluto padecía del pesimismo receloso que tan a menudo acompaña a la sordera. Llevaba el aparato para oír con garbo y hacía virtud de necesidad, desconectándolo cuando no deseaba ser molestada o quería concentrarse en el trabajo. Era cálida, animada, entusiasta, hospitalaria.
Como mucha gente que oye mal, tenía la voz metálica y aguda, entre la que a menudo intercalaba sus características y resonantes carcajadas.»
Además de clasificar estrellas, Cannon descubrió 300 estrellas variables y en 1936, a los setenta y tres años, se puso a estudiar 10.000 estrellas muy poco luminosas. Dos años después recibió por fin el nombramiento oficial en Harvard. Murió tres años más tarde, reconocida en todo el mundo como la astrónoma más destacada de su época. «Nunca se desalentaba; siempre estaba de buen humor —escribió Payne-Gaposchkin—. Murió siendo septuagenaria, trabajando hasta el final. Pero formaba parte de los favoritos de los dioses, por lo que murió joven.»
En 1892, a los veintinueve años, presenció un eclipse solar en España y poco después regresó a Wellesley como ayudante de su antigua profesora, Sarah Frances Whiting. Después se apuntó al curso de astronomía de Radcliffe y en 1896 era miembro fijo del Observatorio de Harvard.
Clasificó las estrellas según su espectro. Al principio a duras penas despachaba 5.000 estrellas al mes; más adelante fue capaz de clasificar 300 en una hora sin apenas errores y llamó la atención por su notable memoria. Al final, escribió nueve volúmenes de El catálogo de Henry Draper y clasificó cerca de 250.000 estrellas: «mucho material —escribió ella—, para estudiar la arquitectura de las mansiones celestes y el fluir de las tribus celestiales».
Su trabajo fue tan extraordinario que en 1911 E. C. Pickering, que lo apreciaba, propuso a Abbott Lawrence Lowell, el presidente de la Universidad de Harvard, que apareciera el nombre de Cannon en el catálogo de la universidad y que ella recibiera un nombramiento oficial. Lowell, entre cuya prole se cuenta la poetisa A.my Lowell y el entusiasta de la vida en Marte, Percival Lowell, consideró que era «bastante mejor que el nombre de miss Cannon no apareciera en el catálogo». Se autorizó a Pickering para que ofreciese a Cannon un puesto menos prestigioso en el observatorio. Fue designada conservadora de fotografías astronómicas, con un salario de 1.200 dólares al año.
Entre 1918 y 1924 se publicó, en varios volúmenes, El catálogo de Henry Draper, «un perdurable monumento» según la astrónoma Cecilia Payne-Gaposehkin. Pickering murió en 1919, pero Cannon siguió con el proyecto. Se la reconoció como el especialista mundial más sobresaliente en la clasificación de estrellas y en 1925 la Universidad de Oxford le concedió un doctorado honorario; fue la primera mujer que recibió tal honor. Harvard hizo constar su nombre en el catálogo universitario, pero no le concedió un nombramiento oficial.
Ella nunca dejó de trabajar. Harlow Shapley escribió: «La señorita Cannon tenía la desventaja —o ventaja— de haber padecido alguna clase de infección cuando era universitaria, como consecuencia de la cual había prácticamente perdido el oído. Este hándicap la apartó de la vida social y la concentró en la ciencia».
Cecilia Payne-Gaposchkin —la primera mujer que fue profesor titular en Harvard, honor que mereció en 1956— recordaba de otro modo a Cannon. «Cuando pienso en ella como persona me faltan palabras para transmitir su vitalidad y encanto. Había perdido el oído de joven pero en absoluto padecía del pesimismo receloso que tan a menudo acompaña a la sordera. Llevaba el aparato para oír con garbo y hacía virtud de necesidad, desconectándolo cuando no deseaba ser molestada o quería concentrarse en el trabajo. Era cálida, animada, entusiasta, hospitalaria.
Como mucha gente que oye mal, tenía la voz metálica y aguda, entre la que a menudo intercalaba sus características y resonantes carcajadas.»
Además de clasificar estrellas, Cannon descubrió 300 estrellas variables y en 1936, a los setenta y tres años, se puso a estudiar 10.000 estrellas muy poco luminosas. Dos años después recibió por fin el nombramiento oficial en Harvard. Murió tres años más tarde, reconocida en todo el mundo como la astrónoma más destacada de su época. «Nunca se desalentaba; siempre estaba de buen humor —escribió Payne-Gaposchkin—. Murió siendo septuagenaria, trabajando hasta el final. Pero formaba parte de los favoritos de los dioses, por lo que murió joven.»
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